Sonó el despertador, hora de levantarse. Se dirigió al lavabo, tenía que mear. -Mejor más tarde- le dijo su compañera mirándole a los ojos -con su mejor estampa-, decepcionada. Se miró al espejo, pero su alterego no le devolvió la mirada, únicamente se escuchó: -Mejor más tarde.
¿Quién era ese impostor al que desobedecía su compañera y no era reconocido por su reflejo?
Una extraña aura le rodeaba, así que decidió deshacerse de ella. Abrió el grifo y se sumergió. Ante él aparecio una película, mostraba imágenes de la noche anterior. Una mujer diez, el miedo dibujado en sus ojos, un brazo en tensión, un trozo de papel higiénico en el lavabo. Ahora lo entendía todo. No tenía dignidad. Era un cobarde. Se juró una y mil veces que esto no volvería a pasar. Salió de la ducha con ideas renovadas, dispuesto a cambiar. Sin embargo, ya no era el mismo.
Fue a mear, y lo hizo. Su compañera no es rencorosa. Pero fue al espejo y se encontró con su espalda, la conciencia no perdona.
El cobarde seguramente morirá arrepentido y sin haber llegado al éxito. Quizá sea mejor vivir en el fracaso para no tener que echarte en cara los miedos del pasado.